A lo largo del tiempo he escuchado y he dicho «que padre, pero yo no puedo». En los últimos tres años lo he escuchado más en respecto a correr. En Febrero de 2014 decidí inscribirme a la carrera de 5k que organiza Home Depot cada año en apoyo a la Fundación Tarahumara gracias a la insistencia de una gran amiga que hasta ahora le agradezco. La razón era que yo quería escalar mejor y uno de los consejos más básicos era «mejora tu composición corporal» y pensé que corriendo carreras los fines de semana lo lograría. En ese momento de mi primer carrera mucha gente comenzó a decir «que padre, pero yo no puedo»; porque son muy temprano, porque no corro ni a la esquina, porque no me gusta pagar por correr, porque no es para mi, porque no estoy loco, porque mis rodillas, porque es aburrido y porque no. Y todas esas razones son las mismas por las que yo no entrenaba para las carreras… Un año despues, un día alguien me comento de las carreras en montaña y la verdad eso sonaba muy bien, correr en un lugar que me gusta muchísimo… Casi perfecto, lo malo es que se trataba de distancias de más de 42 kilómetros. «Ultramaraton», hasta el nombre suena a que te va doler mucho. Y esa persona que sembró en mi la semilla acerca de las carreras en montaña me regaló algo que me acompañará toda la vida. El gusto, la convicción de mejorarme a mi mismo solo para mostrarme que cualquiera puede terminar un Ultramaraton; comencé a entrenar. Tres días por semana después del trabajo. no era mucho pero suficiente como para aprender algunos límites de mi cuerpo. Y así, con un poco menos de sobrepeso, mejor condición y una mentalidad diferente. Termine mi primera carrera de 50 kilómetros. Nadie te va poder describir lo que se siente llevar tu cuerpo y tu mente al borde más cercano de su máxima capacidad. Pero cualquiera te puede confirmar que es asombroso y que esos límites están más allá de cuando tu cuerpo te dice que ya no puedes, y aún más allá de cuando tu mente comienza a pedirte que te rindas. Tu límite se encuentra mucho más allá de las lágrimas y del dolor, tu límite lo puedes encontrar una vez que te destruiste física y mentalmente. Es ahí que encuentras algo que no sabías que tenías. Días o semanas después te recuperas y es seguro que no eres la misma persona que pulverizaste, ahora eres diferente y te quedas tan solo con una nueva frase cada que vez que te enteras de algún reto nuevo: «que padre, yo quiero hacer eso» y una nueva incertidumbre «¿podré hacerlo mejor?»