Cuando viajas por la carretera federal 40, en la sección entre Paila y Matamoros Coahuila; se puede ver el actual «desierto de Mayran». Un infinito de tierra, cactus, gobernadora y viento. Si observas con cuidado hasta parece que se puede apreciar la curvatura de la tierra como cuando miras al océano desde la playa.
Antes de dirigirnos a ese misterioso lugar me dí a la tarea de investigar primero cómo llegar y después, si era seguro andar por allá. Nos preocupaban los narcos pero después de andar investigando un rato decidí que parecía seguro. Podíamos ir al pueblo más cercano y ver como estaba el ambiente por allá.
Tomamos la carretera libre de Monterrey a Saltillo, pasando por el libramiento y de ahi a la carretera Saltillo – Matamoros. Antes de llegar a la caseta de cobro «Plan de Ayala» nos salimos para seguir por la carretera libre de cuotas. Un poco más adelante vi un anuncio que decía «Dinosaurios» con un dibujo de un dinosaurio. Se lo comenté a Cinthya y ella gritó «¡vamos!» y yo frené rápidamente espejeando para todos lados y me di reversa unos 10 metros para entrar a la carretera que nos llevaría a «dinosaurios» ese camino nos llevó a un pueblo que se llama «Rincón del Colorado» donde el INAH y la UNAM establecieron un pequeñísimo Museo de Paleontologia. Allí vimos algunos fósiles y fotos de excavaciones que realizaron en la localidad donde encontraron magníficos especímenes que luego se llevaron para exhibirlos en algún museo de la Ciudad de México. Compramos unos cuantos fósiles pequeños a unas niñas y seguimos adelante. Pasamos por un campo eólico muy grande. En Paila compramos unos burritos y llenamos el tanque de gasolina por si las dudas. De ahí seguimos un poco más por la carretera hasta tomar el camino de terracería que llega al pueblo del ejido Talía.
En Talía encontramos un pueblo con calles de tierra muy limpias, con una escuela bonita y ordenada (al menos desde afuera), las calles están bien alineadas y las casa se ven todas muy bonitas con patios grandes cercados con ocotillo seco y algunos que echaron raíces cuando los pusieron de cerca y ya tenían hojitas verdes y hasta estaban floreando. Preguntamos donde había una tienda a unos jóvenes que andaban por ahí jugando fútbol, muy amables pero sorprendidos por ver extraños nos dieron las indicaciones necesarias «en la esquina da vuelta a la izquierda y es donde está una camioneta negra».
Compramos algunas cosas y nos dispusimos a seguir por la ruta que con suerte nos llevaría hasta el cerro de la Jococa justo en medio del desierto. Vimos muchas liebres por el camino, luego nos decidimos a salir del camino por otro que estaba en lo plano del desierto, era suelo agrietado y seco, al avanzar, las llantas de la camioneta hacían crujir el suelo. Era una muy buena superficie para rodar, totalmente plana, sin bordos, ni piedras, ni baches, absoluta libertad para trasladarse en cualquier dirección hasta que llegas a una cerca… Road Runnin Video
Nos tomamos la libertad de abrir la cerca para avanzar (cuidando de volverla a cerrar bien para que no escapen los animales). Por fin logramos ver un cerro en medio del desierto y nos dirigimos a el, lamentablemente estaba dentro de otra cerca y buscamos por donde darle la vuelta pero al parecer no se podía. Así que al encontrar una puerta para cruzar, lo hicimos y por fin llegamos al cerro.
Y que encontramos? Cactus, piedras, gobernadora, vacas, liebres, cuervos, lagartijas, fósiles, silencio, calor del sol, luz de la luna y silencio…
El silencio del tipo que te deja escuchar todo lo que no puedes escuchar en la ciudad. La respiración de Cinthya, los saltos de los insectos, el aletear de las aves en lo alto…
El calor del desierto es intenso, el polvo sofocante, sorprende la capacidad de los animales para adaptarse. Las vacas comen pencas de nopal.
Hace muchos años el río Nazas llenaba esta laguna y convertía el desolado «desierto total» en un «oasis precario». El agua llegaba con peces y atraía venados, garzas, patos, y multitud de animales. También humanos, los que vivían de andar por el desierto para subsistir, podían asentarse por mas de un mes alrededor del espejo de agua gigantesco. Y dejaron vestigios por toda la zona. Dejaron sus muertos descansando en cuevas por todas las sierras cercanas, dejaron símbolos tallados en las piedras de los cerros que formaban islotes en la laguna y también dejaron pinturas misteriosas que añoramos descifrar.
Esa cultura se perdió, con todo su conocimiento del desierto que les sirvió por miles de años y que les ayudó a resistir la invasión española por decenas de años. Sorprendieron con su estatura, fortaleza y capacidades que parecían sobre-humanas para trasladarse y subsistir en su tierra. Para ellos era fácil, si hasta los niños sabían como sacar agua de las pencas (como ahora lo hacen las vacas). Eran uno con su entorno y su entorno los protegía. En lugar de superioridad tecnológica y táctica los españoles aprendieron que no podían ganar al que nunca se rinde. Los españoles decidieron desistir, luego volver y tratar de engañar y hasta envenenaron los nacimientos de agua donde sabían que los locales conseguían agua de vez en cuando. Irritilas, Mayranas y más grupos nómadas recolectores-cazadores-pescadores fueron los únicos que hicieron del desierto lagunero su hogar, sin destruirlo.
Los bosques de mezquite ya no están, las aves ya no llegan a descansar, los venados no tienen a que venir y el río está atrapado, esperando el día en que volverá a entregar generoso sus aguas a donde más se necesitan.